AMANECE
Quiero transmitiros, desde mi apertura, este sentir y esta expansión que me iluminan. Es difícil de explicar, pero al amanecer, escondida detrás de mi ventana, cuando la luz todavía no lo inunda todo y mi corazón aún galopa soñoliento, os siento. Os veo estirando tres minutos más el momento de levantaros, alguna ya prepara el desayuno a sus hijos, o le ofrece la teta, siempre disponible, aún acurrucada entre las mantas. Algunas salís de trabajar a esas horas feroces y corréis con las piernas pesadas para dejaros mecer por fin por el cansancio. Os siento, en los pasos que derramáis enérgicos por la acera, con la convicción en la entraña de que el mundo y el cuerpo y el cielo os pertenecen. Puedo tocar con mis manos esa tristeza, la que algunos días planea sobre vuestras cabezas. Y puedo también compartir la serenidad que atraviesa vuestra médula en esos momentos tan fugaces de conexión.
Desde mi ventana empañada me siento una hebra que os pertenece, que está cosida a vosotras. Y cuando salgo a la calle, y os miro a los ojos, me reconozco en vuestro brillo, en la sonrisa que dibuja vuestra boca cuando creéis que no os mira nadie, en el baile de vuestra cintura mientras os metéis de lleno en la vida. Porque no puedo sentir esa competencia de la que tanto hablan, ni creo en la rivalidad con la que quieren enfrentarnos. Al contrario, me gustaría estirar mi mano, tocar vuestro hombro, acariciar un mechón de vuestra coleta, esconderme en vuestro abrazo y decir muy bajito que no estamos solas, que somos el hilo preciado e indisoluble de esta red que rebosa fulgor y magia. Que no somos diferentes, que nos sangran las mismas heridas, que pertenecemos al mismo templo, que hablamos el mismo idioma, que estamos destinadas a recordar y a unirnos en nuestro regreso a casa.
Mi ventana, mi escondite. Desde ella me lleno de amor por vosotras, para vosotras, por mí y desde mí. Y me rindo a la aventura de ser yo misma y reconocer mi belleza en la belleza de todas vosotras.
Patricia Peláez Lozano