
La Magia de la Muerte
Relatos Personales sobre la Transición de mi Hermano
Relato 2
La Ceremonia de Despedida de mi Hermano
No fue posible viajar a Nueva York el domingo, tuve que esperar al lunes. Antes de partir, tuve la necesidad de honrar a mi hermano con una ceremonia. Yo nunca había hecho una ceremonia para despedir a alguien, y menos a un ser querido. De hecho, el dolor que sentía, no me permitía ver como lo iba a hacer. Pensé que Miguel, Javi o mi amiga Yolanda la iban a guiar, aunque no recuerdo pedirlo. Lo di por hecho, ya que yo no estaba en mi mejor momento para prepararla. Yo solo iba a poner mi pequeño altar, con velas, flores y fotos de mi hermano. Buscaba entre mis cosas, un objeto que fuese de él, pero no tenía nada suyo.
Quise hacer la ceremonia en un acantilado junto al mar, al lado de mi casa. A mi hermano le había gustado mucho este lugar cuando vino a Mallorca a visitarnos. También fue donde Javi le hizo una despedida a su abuela lanzando flores al mar. Una despedida a la que curiosamente asistió mi hermano en ese mismo viaje de visita a la isla a finales del 2010.
Antes de bajar al acantilado para hacer la ceremonia, fuimos a comer a un lugar al lado de casa. Mientras que comíamos, yo le dije a Miguel que esto de ver a mi hermano en un ataúd iba a ser muy duro para todos. Miguel me dijo que cerrara los ojos y que visualizara a mi hermano como era, y como yo lo quería recordar, que trajera esa imagen a mi mente. Yo lo visualicé muy claramente con su hermosa sonrisa. Luego me dijo que parpadeara varias veces rápidamente y que todavía lo seguiría viendo. Cada vez que quisiera conectar con él, me dijo, cierra los ojos y visualízalo enviándole todo mi amor. Me dijo que así es como él quiere que lo recordemos, también me dijo que intentara convencer a mis padres para que hicieran lo mismo. Me insistió que intentara convencerles de no tener el ataúd abierto para que ni yo, ni ellos lo viéramos así, que esa no fuese la última imagen que tuviéramos de él.
De vez en cuando, mientras comíamos, cerraba los ojos para visualizar a mi hermano, lo cual me emocionaba inmensamente. Cuando terminamos de comer, fuimos a casa a recoger las cosas para el altar y bajamos caminando por el acantilado con la idea de bajar hasta la playa. Al menos ese era el plan, pero al final sentí que debíamos parar a medio camino en un lugar más resguardado entre rocas y árboles. Coloqué su pequeño altar ahí, con amor y mucho dolor en mi alma. No podía creer que lo estaba haciendo para despedir a mi hermano querido de esta tierra.

Estuve acompañada y sostenida por Javi, mis hijos y mis amigos. Estábamos en pleno silencio mientras colocaba los objetos y las fotos de mi hermano en el altar. Un silencio que recuerdo se nos hizo muy largo, hasta que comencé a hablarle a mi hermano. Le dije muchas cosas, cosas que no le llegué a decir en vida, y le repetí muchas veces cuanto lo amaba en un intento de compensar por todo lo que no había expresado.
Hablé mucho con él, canté, grité, lloré, recordé y me desesperé en un momento y sin darme cuenta, mientras le hablaba enterraba mis manos en la tierra cubriendo mis piernas, manos, y brazos con ella. No me daba cuenta de que hacía esto, fue como un acto reflejo mientras expresaba lo que sentía en ese momento de desesperación. Sentía varias emociones al mismo tiempo. Conecté con una tristeza que nunca antes había sentido. Lo que más recuerdo fueron esos cantos llenos de dolor que me salían de muy adentro. La ceremonia de despedida de mi hermano transcurrió así, sin que nadie más dijera nada, fue un espacio para que yo le expresara y soltara todo lo que necesitaba decirle en ese momento. Los niños estuvieron presentes al comienzo, pero luego se apartaron para jugar con la tierra, y entre sus juegos también hicieron otro altar para mi hermano con las cositas simbólicas que iban encontrando por ahí.
Después de la Ceremonia, me sentí más liviana y con una sensación de fortaleza que me ayudaría afrontar lo que me espera en mi viaje a Nueva York. Más tarde Miguel me llamó para comentarme del momento en el que yo estaba conectando con la tierra. Me dijo que mientras yo estaba inmersa en esas palabras y ese dolor, tocando la tierra desesperadamente, el sintió de forma muy fuerte la presencia de mi abuela, tanto así, que cuando conducía de regreso a su casa en más de una ocasión tuvo que detenerse por sentirse mareado. Esto me dio a entender lo intenso que pueden llegar a ser estas ceremonias de duelo.
El Largo Viaje a Nueva York
Mi mente no paraba de pensar en el viaje a Nueva York y que al llegar ya no estaría mi hermano, de solo pensarlo, se me encogía el alma. Pensaba también en como iba a soportar esas 9 largas horas de viaje sola. Al viajar de imprevisto, como amiga del capitán, y sin una reserva formal, estaba en “lista de espera”. Cuando todos los pasajeros terminaron de embarcar, me comunicaron que el avión iba lleno, que no había ningún asiento libre, por lo que tendría que viajar en un asiento de tripulación.
Cuando entré en el avión, una azafata muy amable me indicó donde me podía sentar. Recuerdo que pensé en lo incomoda que iría en esa silla todo el viaje. Antes de despegar, una chica y un chico que estaban sentados conmigo en los asientos de la tripulación, me preguntaron si iba a NY de turismo. Y con un nudo en la garganta y lágrimas que brotaban, pese a no querer llorar enfrente de extraños, les dije que iba al funeral de mi hermano. Recuerdo decirlo con total incredulidad, no podía creerlo... Ambos se sorprendieron y después de darme el pésame, me dijeron de una forma muy cálida y auténtica que les avisara en caso de necesitar cualquier cosa, que no dudara en pedir, aunque fuese un abrazo.
Hasta ese momento, el capitán era el único que sabía la razón de mi viaje. Miguel, que era su amigo, fue el que le pidió el gran favor de llevarme. Después de una hora volando, toda la tripulación ya lo sabía. Todos estaban pendientes de que estuviera bien. Al ir sentada en el pasillo de cola al lado de la cocina, veía como trabajaban y organizaban todo. Esto me mantenía entretenida y sin pensar en lo que me esperaba al llegar a Nueva York.
También al estar en esa parte del avión, conocí a otros pasajeros que venían a estirar las piernas. Concretamente recuerdo tener conversaciones muy interesantes y cercanas con dos personas que hicieron que este nefasto viaje fuese más llevadero. Era como si el universo conspirara para traerme compañía y ayudarme a que las horas pasaran más rápido. Casi no tuve tiempo de pensar en mi hermano, ni de llorarlo, algo que pensé sería inevitable durante todo el vuelo. Lo bonito fue que en ningún momento me sentí sola y eso era justamente lo que necesitaba.
Comí junto con la tripulación, de vez en cuando me ofrecían vino o algo para beber. De hecho, uno de ellos me dio una botella de agua y un vaso para que fuera bebiendo cuando yo lo deseara. Más que atendida, me sentí especialmente cuidada por todos.
A medio vuelo le pregunté a una azafata si podía ir a saludar al capitán. Miguel me había sugerido, a modo de protocolo, que durante el vuelo le pidiera a la tripulación que me presentara al capitán para poderle agradecer su gran ayuda. Uno de los tripulantes, me llevo a la cabina cuando el capitán lo dispuso. Él estaba justo afuera de la cabina, nos saludamos, el muy cercano me dio un abrazo y el pésame, y me ofreció unos chocolates. Hablamos de pie un rato y luego me preguntó si quería ver la cabina. Yo pretendía solo saludarle y agradecerle por hacer el viaje posible, pero acepté y entré a ver la cabina y a saludar a su copiloto.
El piloto automático estaba activado según cruzábamos el Océano Atlántico. Me invitaron a sentarme en un asiento muy cómodo y a un café. Al final, estuve conversando con ellos por más de dos horas. Me estuvieron enseñando como se pilotaba el avión, todos los botones y palancas… Yo parecía una periodista haciendo preguntas, y ellos muy amables me respondían. Hablamos de muchas cosas, y el tiempo pasó a toda velocidad al estar tan entretenida. Estaba fascinada por la experiencia y sin prácticamente darme cuenta, ya casi habíamos llegado a Nueva York. Me despedí de ellos muy agradecida con un abrazo y regresé a mí asiento, donde el resto de la tripulación me esperaba también con mucho cariño y atención.
Ese vuelo lo recuerdo como una experiencia bonita, pese a lo triste de la ocasión. Fue lo contrario a lo que esperaba gracias a las amenas conversaciones, chistes, y atenciones que recibí. Comparto la experiencia del vuelo porque la viví como una sincronicidad más que me brindaba la vida. Sentí que todas esas personas que se acercaban a mi eran ángeles puestos en la tierra, con ayuda de mi hermano y sus guías, para que fuese menos dolorosa esta larga travesía.
Cuando llegamos a Nueva York, la tripulación se despidió de mí de una forma muy cariñosa y sentida, a tal punto que cuando los abracé, sentí no solo una inmensa gratitud, sino también una auténtica conexión con cada uno de ellos. Al despedirme experimenté una sensación de expansión en mi corazón, tanto así, que me emocioné al salir del avión.
Mi Llegada a Nueva York
Cuando llegué a NY, lo primero que hice en casa fue hacer un altar para mi hermano con cuatro velas grandes y algunas fotos suyas. Dejábamos las velas encendidas día y noche y se terminaron de consumir justamente una semana después, el día de mi partida de regreso a España.
Llegué a casa de mi hermana, que es donde vivía mi hermano tras su separación. Ya había llegado toda la familia, mis padres, mi hermana mayor y mis sobrinos que venían de Colombia. Mis padres quisieron dormir en la cama de mi hermano, mi madre necesitaba dormir con el olor de su hijo, en sus sabanas usadas. Esa cama y su habitación se convirtieron en un santuario para todos nosotros esa semana. Las personas que venían a darnos el pésame entraban a su habitación ya que nosotros casi siempre estábamos ahí.
Durante esos días, mis padres, a pesar del profundo dolor que sentían, también sentían una enorme paz que llegaba a desconcertarlos. Podían dormir toda la noche y descansar. Mi hermana menor, que vivía con mi hermano, también podía dormir durante toda la noche. En cambio, mi hermana mayor dormía poco, al igual que yo. Solo pude dormir toda la noche, el último día antes de viajar de vuelta a España. Esa noche tuve mi primer sueño astral con mi hermanito que en otro relato compartiré.
Sentí claramente que era un regalo que mi hermano nos daba a cada uno de nosotros. Nos estaba dando lo que cada uno necesitaba en ese momento. A mis padres, y al resto de familiares, paz y descanso. A mí, y a mi hermana mayor, contacto e información para que de alguna forma pudiéramos transmitirla al resto. Y así fue toda la semana. Sentía continuamente la presencia de mi hermano muy cerca, especialmente durante la noche. Intentaba dormir día tras día, pero no llegaba a conciliar el sueño.
Estas experiencias comenzaban con la fuerte sensación de una presencia que me hacía abrir los ojos, seguida por un escalofrío, y palpitaciones rápidas. Algo en mi interior me decía que era el, todavía acompañando a su familia. También recibí el mensaje que su alma sabía lo que le había sucedido, pero que todavía estaba presente entre nosotros para acompañarnos en su despedida. Mi hermano se manifestó en varias ocasiones, en una de ellas mi hermana mayor y yo, que dormíamos en la misma habitación junto a nuestras sobrinas de 6 y 8 años, sentimos como nuestro colchón hinchable se hundía como si alguien se sentara en él.
Desde pequeña he sentido presencias, especialmente tras un fallecimiento. Recuerdo, por ejemplo, cuando falleció mi abuelo paterno, sentí que vino a despedirse de nosotros esa misma noche… Siempre he vivido estas experiencias con miedo. Para evitarlas, intentaba irme a dormir con alguien, o encendía la luz de la habitación para que se fueran, o para distraerme y no sentirlos. En este caso, y recordando lo que me dijo Miguel antes de viajar a NY, hice algo que nunca había hecho antes. Le hablé a esa presencia, que con total certeza era mi hermano. Le dije que sabía que estaba ahí, que le sentía, y con el corazón acelerado, le dije lo mucho que le amaba, y lo triste que estaba de no habérselo dicho más antes. Le repetí mil veces que le quería, que sabía que estaba bien, y que empezaba a resignarme y a aceptar que ya no estaba aquí físicamente. Sabía de alguna forma que él estaba preocupado y triste al vernos angustiados sintiendo tanto dolor.
Mientras hablaba con él, en mi interior, sabía que me estaba escuchando, aunque no dejaba de estar asombrada por el hecho de poder comunicarme con él. Sentía con enorme certeza que esta experiencia era real, y no el producto de mi imaginación. Mi intuición, mi cuerpo, y mi espíritu sabían que estaba en realidad ocurriendo. Aunque al principio tuve miedo, se trataba de mi hermanito y tenía que aprovechar la oportunidad que me estaba dando para comunicarnos. Lo sentí todas las noches durante toda la semana en NY, salvo en la última, en la que finalmente pude dormir y descansar.
En esas noches venía y entraba a la habitación. Era como si fuera por todo el apartamento viéndonos dormir. Cuando entraba a la habitación de nosotras, donde también estaban las niñas, sentía una fuerte sensación de nostalgia por su parte. Mi hermano quería mucho a sus sobrinas. Juntos compartieron muchos ratos ya que convivieron por varios meses. En una de esas noches, después de reconocer su presencia, y después de decirle nuevamente cuanto le amaba, se me ocurrió preguntarle si tenía algo que decirme, si sentía la necesidad de comunicarme algo importante. Al hacerle esa pregunta, inmediatamente, con los ojos cerrados en la oscuridad, vinieron a mi mente varias imágenes. Una de ellas fue la de un péndulo que había llevado a NY con la intención de utilizarlo con mi madre y hermanas, pero que no habíamos tenido aún el momento para hacerlo. La imagen fue clara, vi el péndulo donde lo había dejado en el cajón de su mesita de noche en su habitación. Al llegar esa imagen a mi mente, supe que proponía que lo utilizáramos.
Otra imagen clara que me vino a la mente espontáneamente fue de una persona de la que no hablaré en este escrito. Al ver la imagen, entendí lo que mi hermano me estaba comunicando. Me estaba confirmando una sospecha que mi madre y yo teníamos. Mi hermano, con esa imagen, nos revelaba la realidad. Agradecí a mi hermano, por toda la información, y le transmití que al día siguiente haríamos las consultas utilizando el péndulo junto con mi madre y hermanas.
Todas las experiencias que iba viviendo durante la noche las compartía con mi familia al día siguiente. Aunque mi madre siempre le ha tenido respeto al mundo de los espíritus (debido a mi abuela), es una persona muy abierta y también sintió profundamente que lo que le contaba era real. Cuando le contaba mis experiencias nocturnas, me decía que ella también quería tenerlas. Ella también quería soñar con él. Se preguntaba por qué a ella no le ocurría. Lo que más quería en ese momento era despertarse y sentir a su hijo, hablarle, saber cómo estaba, despedirse...
Como comentaba anteriormente, durante esa semana, mi madre sentía una paz muy bonita en su corazón que, entre sus momentos de desamparo y tristeza, le permitía dormir y descansar. Yo le decía a mi madre que lo tomara como un regalo de Jairo, que eso era justamente lo que el más deseaba para ellos en ese momento.
Yo le decía que Jairo se manifestaría en sus sueños (de hecho, lo hizo varias veces), pero ahora lo que le transmitía su hijo, a ella y mi padre, era esa paz para que estuviesen tranquilos entre tanto dolor. Mientras le decía a mi madre todo esto, me sorprendía la seguridad con la que se lo decía. Era como si mi hermano estuviese hablando a través de mí. Al día siguiente, tendríamos más respuestas mediante el péndulo.